La luz que urdimos. Memoria del Encuentro de Escritoras ARKALI 2022. Ediciones Morgana, 2022.
A inicios de año participé en la reunión virtual de mujeres escritoras, cobijadas bajo el nombre de ARKALI Espacio Cultural, con voces tan diversas como entusiastas. No era la primera vez que Stefanía Bárcenas y Mariena Padilla, fundadoras de dicho espacio, convocaban a escritoras de Nuevo León a compartir sus obras, pero sí de las pocas en las que yo había podido integrarme: la pandemia, finalmente lo hizo posible cuando se pasó de la presencialidad al Zoom. No suelo estar en Monterrey –sede del evento– en enero, pero por segunda vez no fue impedimento. A menudo el ser mujer conlleva una doble o triple jornada, más si somos madres que criamos solas, y encima tenemos el descaro de escribir libros.
¿Y cuál es la necesidad de reunirnos, de pausar cualquier otra actividad que estemos haciendo para evocar nuestros versos frente a una pantalla o en un estrado? Ciertamente, leer literatura no tiene una “utilidad”. ¿Qué calle alumbra un verso?, ¿a quién le alivia el hambre un endecasílabo?, ¿qué guerra se ha detenido con aquel animal de papel que Alejandra Pizarnik vio atravesar el lugar azul; o con aquel cuerpo que Inés Arredondo dibujó en sus letras, estirándose infinitamente… suspendido en el salto que era un vuelo?
Ya de entrada parece irracional dedicarle tiempo a la lectura, pero si contamos las innumerables horas de consulta, escritura y como decimos en la jerga literaria, “tallereo”, se torna del todo incomprensible. ¡Y encima cansa! Porque un buen texto no suele salir a la primera. La gran narradora italiana Natalia Ginzburg, citada por Rosario Castellanos en Mujer que sabe latín, dice que “es mala señal si uno no se cansa”. Y la misma Castellanos apunta: “Lo único firme, seguro, invariable es el amor al oficio”. No se puede explicar, pues, el oficio de la escritura, si no es con el amor. Las mujeres que escribimos amamos lo que hacemos. Hallamos en una historia bien contada o en la caída de una metáfora sobre la hoja, una razón para continuar, un hálito, un motivo, un destello.
O acaso una compulsión.
Y somos las mismas mujeres quienes, tras varios siglos de ser invisibilizadas, nos abrimos espacios para leernos, conocernos, hablar sobre nuestras obras.
Entre las iniciativas actuales en México que han tenido mayor alcance para visibilizar a las mujeres escritoras, podemos contar la de Escritoras Mexicanas, proyecto originado por Cristina Liceaga, quien comenzó promoviendo la obra de Elena Garro y posteriormente se extendió a la de diversas autoras emergentes y con trayectoria; y el Mapa de Escritoras Mexicanas creado por Esther M. García. Además, desde Austin, Texas, el proyecto de Hablemos Escritoras, de Adriana Pacheco, quien promueve la obra de escritoras en español o de origen hispano.
En una ponencia que me tocó escuchar recientemente en la UNAM, en San Antonio, Adriana mencionaba lo imprevisible que son los destinos de los libros, tanto como la importancia de mantenerlos vigentes. El libro debe, en primer lugar, existir (publicarse, pues), y, luego, estar en un lugar asequible para los potenciales lectores y lectoras. A veces cuando un libro llega al mercado no están las condiciones sociales o históricas idóneas para recibirlo, y será hasta tiempo después, si se da el feliz encuentro con el lector o el promotor adecuado, que dé un salto importante. Pero en todo caso, el libro permanece como un registro de aquello que se ha pensado, amado, odiado, vivido. Es parte de la secuencia que nos permite definir y entender cada época, y la nuestra es especialmente propicia para las voces de las mujeres.
Y estas voces han de tener una página y un micrófono donde expresarse. El espacio cultural ARKALI, creado en 2014 y constituido formalmente como asociación civil en 2019, nació como respuesta a la falta de espacios culturales exclusivos para mujeres en Nuevo León. Sus fundadoras han creado un ambiente seguro con perspectiva de género. Las niñas y mujeres pueden recrearse, desarrollarse y formarse en diferentes áreas, individual y comunitariamente. Y de este espacio se derivó el encuentro que originó el libro que ahora tienes en tus manos.
ARKALI, de modo análogo a las iniciativas citadas más arriba, ha venido a cubrir una necesidad no atendida en la región. Hace ocho años, Mariena y Stefanía se dieron a la tarea de buscar en la Feria Internacional del Libro de Monterrey una amplia lista de libros escritos por mujeres, con la intención de formar una biblioteca de literatas en el espacio cultural, y encontraron bastante menos de la tercera parte de los títulos enlistados, así confirmaron su mayor sospecha acerca de lo que sucede en el mundo literario: el dominio, en la oferta de libros, de la escritura masculina.
Estas lúcidas mujeres, entonces, haciéndose espacio entre sus actividades profesionales, la familia y los sueños personales, iniciaron un círculo de lectura de escritoras que acabó convirtiéndose en el proyecto anual Encuentro de Escritoras ARKALI. Inaugurado en diciembre de 2017, ha tenido seis presentaciones consecutivas, convocando a mujeres que se consideren a sí mismas escritoras y gusten compartir textos de su autoría. El presente año es el primero en que sea realiza una Memoria del Encuentro.
Creación literaria de autoras, lectura y difusión de obras de mujeres escritoras de Nuevo León son, entre muchas otras relacionadas con el arte y los derechos humanos, actividades que se hacen desde esta asociación. La convocatoria da cabida a toda mujer que tenga el interés de ser parte de los encuentros; así, de manera libre y voluntaria conviven literatas experimentadas con autoras emergentes.
Esta memoria, de poco menos de cien páginas, es fruto de un esfuerzo colectivo y autogestivo. Veinticinco escritoras nos hemos reunido para hablar, reír, incomodar, gustar o romper un muro. El título, La luz que urdimos, alude a un verso de Mariena Padilla, porque la escritura es una urdimbre y ella es, precisamente, una de las primeras tejedoras de esta red solidaria de mujeres donde se entrelazan tantos temas y matices como autoras.
Así, por ejemplo, los ritmos sigilosos de María Elena Espinosa: “Para recuperar el juicio desovillo madejas. / No voy a huir. / Enfrentaré estas ansias de transitar debajo de los puentes, / de correr por oscuros laberintos”. La deslumbrante sencillez que lleva hacia la reflexión profunda, en los versos de Malena Múzquiz: “Yo te quiero contar / que a veces la vida / hay que atravesarla / como si fueras una daga”, o la sabiduría que le da la mano a la mordacidad en las letras de Leticia Herrera: “no se alebresten / no vengo a reclamar / la vida es un albur costoso para las mujeres”.
Creemos que tiene un sentido dejar aquí nuestra palabra y, soñar, ¿por qué no?, que vuela, que cruza una frontera y llega a otros ojos, prestos a recibir la luz que entre todas hemos urdido.
Septiembre de 2022.
Acerca de mí: soy Licenciada en Psicología con Maestría en Ciencias de la Educación y la Comunicación. Directora de Ediciones Morgana, editorial independiente fundada en 2014 en Monterrey, México, con el objetivo de crear, promover y difundir literatura. Autora de varios libros, entre ellos El cuerpo, el yo y la maternidad (Universidad Autónoma de Nuevo León, 2022); Si la Muerte se Enamora de Mí (Letras en la Frontera, 2021); Otras mujeres como lobas (Jade Publishing, 2021); Antologia personale (Progetto 7LUNE, 2019); Imágenes de la fertilidad (Instituto Tamaulipeco para la Cultura y las Artes, 2016). Incluida en diversas antologías nacionales e internacionales. He impartido talleres literarios en instituciones como la UNAM San Antonio, EE.UU., la Universidad del Valle, Unidad Palmira, Colombia; también a través de CONARTE y de la Secretaría de Educación Pública.
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