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El vestíbulo: un corte abrupto de la realidad


El vestíbulo, Héctor Daniel Martínez. Editorial Ático, Monterrey, 2022


Hace aproximadamente un año, recibí al teléfono las palabras entusiasmadas de Héctor Daniel Martínez. Me contaba, con prisa, que una idea no le dejaba dormir desde hacía buen tiempo. La historia trataría sobre una joven en una misteriosa casona ubicada en General Terán. La escaleta estaba lista en su cabeza y solo era cuestión de ponerla sobre el papel y, luego, pasar varios meses entregado a darles voz a los personajes. O, debiera decir, escucharlos, pues ellos ya tenían una voz, una personalidad, solo necesitaba darse el espacio para conocerlos.

No es el primer novelista que me dice esto: Rafael Ramírez Heredia, con quien tomé un taller de narrativa cuando era una joven aspirante a escritora, nos dijo en una clase que cuando estaba escribiendo una novela se despertaba con los personajes, desayunaba con ellos, caminaba con ellos. No hace mucho, hablando con Elena Villarreal, escritora emergente de Monterrey, me comentaba que estaba ansiosa por comenzar a escribir la historia de uno de sus personajes, pues “ya quería conocerlo”, es decir, el personaje ya estaba allí, esperándola, para decirle quién era él.


Y Héctor Daniel, quiero decirles, halla voces reveladoras en los escenarios cotidianos. Sabe que el mundo está poblado de personajes ansiosos por contarnos sus tragedias.

Muchos elementos reconocibles en el mundo del terror estaban ahí, en su incipiente novela: la madre superiora, las huellas ensangrentadas, la puerta que nunca debía ser abierta, el viejo diario con una confesión horrible. Casi casi podría haberle dicho, oye, eso ya lo he visto antes. Pero Daniel tiene el don de resignificar lo que ya parece visto. Encuentra la manera de tomar el imaginario colectivo, descomponerlo y armarlo otra vez con un ingrediente insospechado. Ese ingrediente, creo, es lo que hace que una obra pase de ser un relato ordinario a una pieza literaria.


De lo que más admiro de Dany (me tomo la licencia de varios años de amistad para llamarle así) es su habilidad para crear agujeros en el tiempo. No me explico, de otra forma, como ha conseguido escribir y consolidar en pocos meses esta obra que, una vez leída, no me queda duda de que ha sido creada por un escritor disciplinado y cuidadoso, aun cuando hace, también, de docente de literatura y de mediador cultural.


Cuando empiezo a leer la novela, encuentro, igual que en su anterior obra, Nogalar, al personaje narrador. La narrativa en primera persona es amena, detallada y con veladas alusiones morales. Por momentos siento el pulso de Poe, el maestro de terror y mi gran amor de la pubertad; de Dostoievski, que me enseñó en la primera juventud más psicología que Freud; y algo de los naturalistas que describen con precisión las escenas y los objetos. Cito:


Versiones de lo ocurrido hay muchas, pero la que te ofrezco es la más fidedigna. Una historia de terror como nunca antes se ha sabido. Necesito hacerte saber con mis propias palabras los motivos que me llevaron a hacer lo que hice.


“Lo que hice”. Esa frase tan reveladora, a la vez que simple, nos anticipa desde un inicio que hay un crimen. Un secreto. Todas las grandes historias tienen secretos. Lo que no se cuenta se convierte en un monstruo.


De lo que más me gusta de la obra narrativa de Daniel, es su capacidad para representar visualmente las perversiones y los miedos. Ningún elemento es gratuito en las criaturas que vagan entre los pasillos de su imaginación, los vendajes, las extremidades deformes, los tronidos de hueso, todo tiene un origen lógico: la lógica del inconsciente; y el lector intuitivo lo percibe de inmediato.


Sí, el inconsciente tiene su propia lógica, aunque nosotros le cerramos la puerta en la vigilia, pues casi siempre resulta insoportable. Cuando lo dejamos expresarse nos muestra nuestra sombra construida con todos los fragmentos de lo que hemos negado.


Otra habilidad de Héctor Daniel es la de colocarse en la mirada del personaje femenino. Ya lo habíamos anticipado con el personaje de Marcela en Nogalar, y si vuelvo a la referencia es porque uno de los rasgos de sus dos novelas, escritas hasta ahora en el género de terror, se entrelazan en un mismo universo. Escribir como varón sería más cómodo, pero contar la historia desde una perspectiva femenina conlleva un esfuerzo, una investigación al centro del alma. Además, evocando otras épocas, y lo que me parece genial: recreando la provincia de General Terán, poniéndola en la mira, volviéndola un escenario gótico; haciendo de su rutinario sol, un sol melancólico que presagia alguna desgracia.


Terán es más grande de lo que aparenta, no terminaría de contar las comunidades y ejidos que rodean a la cabecera, y cuyas distancias sobrepasan la hora de camino; yo vivía en una de esas zonas, en San Juan de Vaquerías, una pequeña comunidad tan humilde como maldita por la soledad. Flanqueada por semidesérticos panoramas, el silencio gobierna sobre sus habitantes, quienes se resguardan en sus pequeñas casas de adobe apenas el sol anuncia su despedida.


Y otra vez pienso en Lovecraft. No puedo evitarlo, las lecturas previas de Daniel son transparentes y él mismo me ha confesado, cierta noche, lo importante que ha sido en la construcción de su narrativa aquel visionario del horror cósmico: Una deteriorada reja negra cuyos adornos estimulan las más recónditas cavernas de la imaginación (…..) Como si una fuerza primitiva les gritara a través de los eones inenarrables advertencias que solo pueden decodificarse en este mundo en forma de terror.


Pienso, también, en las muchas películas de terror oriental que he visto, cuyo principal efecto es descolocarme de la realidad metiéndome de golpe en una dimensión absurda, donde las protagonistas son niñas, crenado un contraste entre la ternura y lo grotesco. Sentimiento que no encuentro mejor llevado que en la película japonesa dirigida por Sion Sono, Riaru Onigokko, conocida en inglés como Tag. Una suerte de comedia oscura donde un viento cercena a las personas. Y esta es la imagen que tengo de El vestíbulo: un corte abrupto de la realidad que mutila nuestras percepciones.


Las escenas más terroríficas, sin embargo, son las que revelan lo que está de este lado: la violencia cotidiana que se da hacia las mujeres, a menudo por los hombres, a veces por otras mujeres. La asimetría de quien busca colonizar los cuerpos y arrebatar el futuro. Tal vez tú y yo conocemos historias semejantes. Lo sabrás si te adentras en esta construcción. Solo advierto, con las palabras del autor:


Cuando alguien visita aquella mansión, siempre será el vestíbulo la primera zona que los hará sentir tan lejos de General Terán como quien está del otro lado del mundo.

Texto leído el 16 de octubre de 2022 en la Feria Internacional del Libro de Monterrey


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