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Nueva visita a Dos ramas de Ethel Krauze


Ethel Krauze; Dos ramas. Ediciones Poetazos, 2020. Presentación en la Feria Internacional del libro, Monterrey, 2022.


Quiero hablar de dos encuentros, ambos hechos a través de la poesía, como suelen ser los encuentros importantes en mi vida, pues quizás en compensación a mi falta de habilidad para cruzar calles y para distinguir los contornos del mundo, algún hado me concedió el don de atravesar versos y vislumbrar cierta dimensión de las palabras.


Así, pues, el primer hallazgo que deseo mencionar es el de los editores Rafael Cárdenas Aldrete y María del Carmen Benítez, quienes juntos desde hace más de 25 años coordinan la Colección Poetazos de la editorial Onomatopeya Producchons, la cual ha publicado a una larga lista de autores y autoras, sin limitaciones de país de origen, género, lengua o cultura. Y, por si fuera poco, acompañados de cacahuates, glorias o cocadas. A ellos, cariñosamente, les llamo “mis padrinos mágicos” porque fueron los primeritos que hace casi una década aceptaron publicarme un poemario en Monterrey, librando crudas batallas contra los dragones de la moral y los impresores.


Así que Rafa y Carmelita contribuyeron a darme un sentido de pertenencia en esta ciudad que, recién llegada, me parecía una gran bestia dispuesta a devorarme. Pero como los poetas tenemos, a menudo, ese hábito de ir con los brazos abiertos hacia las bestias para, en vez de huir, acariciarles la cabeza, heme aquí. Y aprovecho, pues, esta oportunidad para decirles públicamente en este foro internacional: Gracias, ustedes son dos seres extraordinarios. Y estoy segura de que muchos piensan lo mismo.


Pero cuando ya creía que habían hecho lo más increíble por mí, ellos, que son expertos en mejorar lo inmejorable, en 2020 tuvieron a bien poner en mis manos este fantástico poemario de Ethel Krauze, Dos ramas, el cual constituye el otro encuentro del cual quiero hablarles esta noche porque, desde entonces, lo tengo entre mis lecturas más preciadas.

Tras aquella primera lectura de Dos ramas, con asombro y con la ingenuidad que aún nos daba el tiempo antes del confinamiento, escribí:


Imagino a Ethel sentada en un jardín, en el albor de una mañana blanca, con Francisco de Quevedo y Xavier Villaurrutia, escribiendo presta este soneto: “Se llama, llama, amor esta dulzura”. Son claras sus resonancias, claro el gusto por leer a los poetas del siglo de oro español y a los Contemporáneos, a los novohispanos y a los posmodernos. Krauze no desdeña la delicia de otras épocas y no descuida el pulso de este siglo que ya se alza, rugiente, con apenas dos décadas de vida.


Y pido perdón por haberme tomado la licencia de invitar a esta sala a esa Yo que fui a inicios de 2020, quería confirmarle que, en efecto, el siglo XXI se siguió alzando con un gran rugido. Y que este se volvió aún más desesperante. “¿No comprendes que pasan los años / y cada tanto / una herida del mundo / se convierte en mi pecho / en navajazo?”, clama Ethel en el poema epónimo de este libro, hablándole a la patria simbolizada en un ángel hembra.



El encierro no colmó esta sed de sangre entre los espíritus violentos que continúan secuestrando la quietud, la calma en nuestras calles; bien lo sabemos nosotras, la mitad de la humanidad, que resistimos día tras día; sin embargo, en medio de la distopía, la poesía de Ethel se teje como una tela que acaricia y arropa, como aquella “rosa del tacto en las tinieblas” de la que nos habló Villaurrutia, en este caso con los matices que envuelven la experiencia de lo femenino; más allá de las fantasmagóricas siluetas de la melancolía, la voluntad ardiente del cuerpo sabio consciente de su danza con el otro:

“También nosotros hablamos de la rosa (exclama, amorosa, la poeta) / no la rosa de los vientos / ni la celeste rosa de la aurora, / sino la rosa que abrimos / con nuestros cuerpos unidos en el agua”.


El verso breve, armonioso, a ratos se alarga, crece como un tallo hasta abarcar la página completa, hasta bifurcarse dentro de nuestros ojos, cumpliendo ese reclamo de Huidobro: hacer nacer la rosa en el poema.


Así, este libro se ofrece en su riqueza lírica como un testimonio de las edades del alma. De esas de las que habla Clarisa Pinkola Estés cuando recurre al arquetipo de La loba. Yo creo que Ethel es como esa madre espiritual, de la que habla la psicoanalista junguiana, que es capaz de guiar y acompañar a otras mujeres en su crecimiento. Así la percibo, y revisito estos poemas sabiendo que haré de ellos una nueva lectura, porque mi alma ha crecido, se va volviendo más madura, y me toca, acaso, seguir su ejemplo.



Ethel lanza un poetazo al público.

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