Allí están las puertas de los caminos
de la Noche y del Día, sujetas entre un dintel
y un umbral de piedra, altas hasta el éter,
cerradas con ingentes hojas, de las que la
Justicia fecunda en penas guarda las llaves maestras.
Parménides
¿Su conciencia es este número…?
del film Pi, el orden del caos
1.
El viaje comienza en el umbral entre el sueño y la entidad de las cosas. El(la) protagonista del poema emigra luego de contemplarse en ese mismo sueño.
¿Es numen o mortal? ¿Acaso la propia alma de Reneé, como la de Juana Inés en “Primero Sueño”, que ansía contemplarlo todo? ¿O se trata de Brahama soñando el universo? ¿Se trata de Ometeotl, el dios mexica que se pensó y se inventó a sí mismo?
Dice (canta) la poeta: Mientras duermes emanas la cúpula celeste...
2.
Ahora se habla del gran diseño; se habla sobre la teoría M, la teoría Maestra, la que unifica las fuerzas fundamentales del cosmos.
—¿Te acuerdas, Einstein, cuánto la deseaste?
La teoría del todo, el Santo Grial de los físicos.
—Señor Hawking, tomo apuntes: Estamos en la época del todo. Estamos en la época sin filosofía. Los filósofos contemporáneos no saben de ciencia. Dice usted que la filosofía ha muerto.
3.
A la autora de este poema-libro lo que le importa es el espíritu, la parte más elevada y divina del alma, el Nous. Le importan el ritmo y la forma, en ese punto donde la física y la metafísica, cual membranas, se alabean, se rozan, se superponen. Mientras el aire se dobla y desdobla / en la trompeta sideral de un músico, / sus notas se conectan a los hilos del universo / y un hilo de gravedad hace caer una hoja.
La poeta nos revela que le ha tomado 7 años enhebrar la totalidad de sus versos. Sin prisas, como sacerdotisa encargada de cuidar el fuego sagrado de la palabra, se recoge en el silencio para avivar las llamas del poema.
4.
Anunciaba Giovanni Papini, durante la primera mitad del siglo XX, que el lugar de los filósofos había sido, ya, ocupado por los poetas. Y dirían, las voces de este siglo, que los físicos son quienes hacen hoy la filosofía. Ciencia y poesía, lo lógico y lo irracional, el método y la intuición. O, como nos haría ver Saint-John Perse: “En verdad, toda creación del espíritu es, ante todo, ´poética´, en el sentido propio de la palabra. Y en la equivalencia de las formas sensibles y espirituales, inicialmente se ejerce una misma función para la empresa del sabio y para la del poeta”.
5.
La materia es música.
—No son puntos, Demócrito, son cuerdas. Tensas, vibrantes, cuasi infinitamente pequeñas.
Somos notas musicales danzando en un gran concierto. Eso dice la teoría de supercuerdas, esto nos induce a pensar el poema-libro de Reneé Acosta. Un libro que ofrece una lectura simbólica, profunda, tanto como una lectura llana y musical.
¿Pues que no la posmodernidad es un vivir ausente de símbolos? ¿No es ahora nuestro único estandarte la selfie?
La poeta no teme recurrir a símbolos antiguos, los trae a cuenta, los resignifica cuando un pez da con la roca / y con la roca da el destino. Este pez nada en medio de un oleaje rítmico, ¿el tiempo? Aquí el tiempo no es lineal, no es una flecha definida e irreversible, sino una espiral que torna sobre sí misma, lo que nos hace suponer que el caos del universo puede retroceder a un estado de perfección y volver a crecer, en ciclos interminables.
“Igual me es todo punto de partida, pues he de volver a él”, dice Parménides. Así, a guisa de una cinta de Moebius (a la que Reneé dedica un libro aparte), volvemos a las mismas imágenes luminosas: la roca, el pez, la espiral, el ojo… sus múltiples interpretaciones.
Acaso sea el pez que brota de las aguas mesopotámicas para rendir culto a Ea, diosa de la sabiduría; el que descansa en las plantas de los pies de Buda liberándolo de la tiranía de los deseos; el que simboliza al Cristo o el designio de los hombres en el Nahui Atl (sol de agua).
Un pez da con la roca / y con la roca da el destino. La roca, efigie de los poderes mágicos que residen dentro de la materia, los huesos metafóricos de la madre tierra.
6.
¿Se aventura la poeta a buscar el nombre de Dios? En esta época de ateísmo evangélico creer en Dios es un acto de rebeldía. Reneé, desde su postura de mujer intelectual (recalco su feminidad, el binomio de su escritura desde el útero y el intelecto) reivindica la necesidad de Dios en el mundo, no un dios antropomorfo ni dogmático, sino un dios-cosmos, expansivo, autocontenido en sí mismo.
Sea, tal vez, su poema una forma de alabanza. El poema, que es al mismo tiempo muchos poemas, hace del lector un ente activo que recurre a las preguntas esenciales, su estar-ahí Heideggeriano.
¿Será posible penetrar la conciencia de Dios a través de los números? ¿Qué somos en el fondo, sino códigos?
Reneé evoca la frecuencia de Fibonnacci, el matemático italiano del siglo XIII, relacionada con la proporción áurea, ideal de belleza. Clama la poeta: Expandiéndose, Señor, mientras sueñas el todo multiplicado. Como evoca los fractales, esas formas que fascinaron a otro matemático, Mandelbrot, llámese perfección o copo virgen de azar.
7.
Cada poema de este libro puede leerse como una unidad, al mismo tiempo encadenarse al todo poético, por lo cual restituye el gozo de los alientos largos, tan poco usuales en nuestros días en los que no hay tiempo para leer demasiado, para mirarse al espejo ni para pensar.
Al margen de cualquier moda, sin obedecer a los cánones circundantes, Reneé construye un largo y meditado canto por el que se pasean filósofos presocráticos tanto como físicos y matemáticos modernos: sus ideas, hechas una con la poesía, son imágenes que se dispersan, rebotando unas contra otras en la conciencia del lector.
Mucho me recuerda el Pleroma del que hablaba Jung en los Septem Sermones ad Mortus, cuando Reneé Acosta dice: Mi camino son todos los caminos / mi aire respira en todos los alientos.
—No, señor Hawking, la filosofía no ha muerto: se ha vuelto canción.
Monterrey, octubre de 2014
Reneé Acosta, Dispersión simultánea.
Mantis Editores / Instituto Chihuahuense de la Cultura, 2014
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